Chilena
Transexual, activista y candidata a diputada en Chile
Valentina Verbal Stockmeyer, una de las más destacadas activistas de
diversidad sexual en el Chile de los últimos años, se define, ante todo,
como una “mujer transexual”. No pretende, según nos cuenta, “ocultar su
pasado” o “borrar la historia”.
Después de dos años dedicada enteramente al activismo, especialmente como vocera de la Fundación Iguales, a la que acaba de renunciar —“por diferencias de fondo”, nos dice—, ha asumido un nuevo desafío: lanzarse a una campaña a diputada por las comunas de Independencia y Recoleta, situadas dentro del Gran Santiago.
Siendo una mujer con tanto que contar, hablamos con ella largo y tendido. Esta entrevista la conforman tres partes: la primera, dedicada a su historia de vida como transexual; la segunda a su rol de activista; y la tercera, al nuevo desafío que asume como candidata a diputada.
Primera parte: Valentina, la mujer transexual
- Valentina, en los últimos años, te has hecho conocida en Chile como activista transexual, trabajando especialmente en la Fundación Iguales. Pero antes de hablar de esto quisiera ir más a atrás, a tu vida como tal, a tu conciencia de ser transexual.
- ¿Quieres saber cuándo me di cuenta?
- Sí. Pero supongo que esta pregunta te la han hecho muchas veces.
- Sí, mira, siempre te preguntan: “¿Cuándo te diste cuenta que eres transexual?”. Yo siempre respondo que de esto, de tu identidad de género, te das cuenta de la misma manera que alguien que no es transexual. Cuando tomas conciencia de si eres hombres o mujer, y para el caso de las personas trans, si estás o no en el lugar adecuado, en el sitio que sientes es el que te corresponde.
- ¿A qué te refieres con “lugar adecuado”?
- A que ser transexual no es tanto nacer en un “cuerpo equivocado”, para un niño o niña no resulta tan relevante tener pene o vagina, resultará importante después. Lo relevante es cómo puede expresarse, socialmente, como puede vestirse, a qué jugar, con quienes hacerlo, etc. Más que estar en un cuerpo equivocado, los niños y niñas trans, descubren que están en el lugar equivocado. Y el sufrimiento emana de esto, de no poder ser parte del mundo del que quieren ser parte.
Después de dos años dedicada enteramente al activismo, especialmente como vocera de la Fundación Iguales, a la que acaba de renunciar —“por diferencias de fondo”, nos dice—, ha asumido un nuevo desafío: lanzarse a una campaña a diputada por las comunas de Independencia y Recoleta, situadas dentro del Gran Santiago.
Siendo una mujer con tanto que contar, hablamos con ella largo y tendido. Esta entrevista la conforman tres partes: la primera, dedicada a su historia de vida como transexual; la segunda a su rol de activista; y la tercera, al nuevo desafío que asume como candidata a diputada.
Primera parte: Valentina, la mujer transexual
- Valentina, en los últimos años, te has hecho conocida en Chile como activista transexual, trabajando especialmente en la Fundación Iguales. Pero antes de hablar de esto quisiera ir más a atrás, a tu vida como tal, a tu conciencia de ser transexual.
- ¿Quieres saber cuándo me di cuenta?
- Sí. Pero supongo que esta pregunta te la han hecho muchas veces.
- Sí, mira, siempre te preguntan: “¿Cuándo te diste cuenta que eres transexual?”. Yo siempre respondo que de esto, de tu identidad de género, te das cuenta de la misma manera que alguien que no es transexual. Cuando tomas conciencia de si eres hombres o mujer, y para el caso de las personas trans, si estás o no en el lugar adecuado, en el sitio que sientes es el que te corresponde.
- ¿A qué te refieres con “lugar adecuado”?
- A que ser transexual no es tanto nacer en un “cuerpo equivocado”, para un niño o niña no resulta tan relevante tener pene o vagina, resultará importante después. Lo relevante es cómo puede expresarse, socialmente, como puede vestirse, a qué jugar, con quienes hacerlo, etc. Más que estar en un cuerpo equivocado, los niños y niñas trans, descubren que están en el lugar equivocado. Y el sufrimiento emana de esto, de no poder ser parte del mundo del que quieren ser parte.
-¿Y cómo te pasó a ti?
- Yo, desde que tengo uso de razón que me siento mujer, pero al mismo tiempo, rápidamente, descubrí que no lo era externamente, que no lo era ni genital ni socialmente. Y también descubrí que era alguien “anormal”, que estaba fuera de la norma estadística e ideal de la sociedad. Que, en otras palabras, ser mujer para alguien como yo era algo prohibido, que sencillamente no se podía. O que, más bien, no se debía.
- Narras un proceso que resulta complejo de entender, incluso para quienes presumimos de tener un poco más de información respecto a la transexualidad. En tu caso, ¿cómo fue ese proceso de vivir con una identidad, incoherente con tu sexo biológico, con tu apariencia física?
- Llevé una doble vida hasta los treinta y tantos, lo que se expresó, básicamente, en vestirme a escondidas como mujer y en vivir “sola frente al espejo”, como dice Marta Sánchez.
- ¿Tus padres qué decían? ¿Se dieron cuenta de lo que estabas viviendo?
- No, porque yo lo oculté apenas descubrí que se trataba, como te dije, de algo prohibido, imposible desde el punto de vista social. Cuando tenía como ocho años, mi hermano descubrió que yo me vestía con ropa de mi mamá. él era mayor que yo, así que después de hablar conmigo y decirme que eso estaba mal, que era algo de “maricones”, le prometí que no lo volvería a hacer, y desde ahí en adelante comencé a tomar ciertos resguardos para que nadie supiera. Me expresaba como mujer sólo cuando no había nadie en casa, cuando estaba sola. Ese era mi “gran momento”, mi momento mágico, como digo en una columna que, entre paréntesis, marcó el inicio de mi activismo.
- Pero tú saliste del closet tarde, a los treinta tantos. ¿Cómo soportaste tantos años?
- El tiempo pasa rápido en la vida, y puede pasar para bien o para mal. La vida, creo, se puede vivir para ser realmente aprovechada o para perderla. Yo la perdí en gran parte, pero al menos hubo un momento en que dije: “no más, no puedo ser una persona tan infeliz y estar actuando en un papel equivocado”.
-¿Qué te llevó a tomar la decisión?
- La decisión la tomé porque sentía una fuerte presión por no tener una pareja mujer. Hace años que no se me conocía mujer. Y también porque estaba colapsada de no ser la persona que quería ser, que sentía que en verdad era. Fue un verano, el de 2008, que coincidía con el último año de mi carrera. Estaba de vacaciones, en Concepción, en casa de mis padres. Fui sola a Dichato, arrendé una pieza y pase el fin de semana. Y ahí, mirando el mar, me dije que iba a dar el salto, un salto que podía ser al vacío, que iba a luchar con todo por ser mujer; por ser la persona que quería ser.
- Actualmente las chicas trans suelen dar ese salto que mencionas a edades más tempranas. En tu caso sabías desde pequeña que no eras un hombre. Lo tenías todo claro. ¿Por qué esperaste tanto tiempo para salir del closet?
- Básicamente, porque a mí me tocó nacer en otra época. Los chicos y chicas trans de hoy, se lo dicen a los padres a los 14-15 años, o máximo a los 16-17. ¿Por qué? Porque tienen mucho más acceso a información sobre transexualidad, y ejemplos a seguir. Yo misma, sin falsa modestia, he sido una entrecomillas un modelo para varias chicas, quienes me han expresado que mi caso es un ejemplo que les ha motivado a salir del closet y a buscar la felicidad que añoran para ellas.
- ¿Y cómo era un tu época? ¿Qué se sabía en Chile sobre transexualidad?
- Prácticamente nada. Y claramente nada para una persona común, no había Internet. Nadie tenía acceso a libros, por ejemplo, de psiquiatría que, al menos y pese a mis reparos, describen la transexualidad en algunas de sus características. Piensa que ni siquiera hoy, la mayoría de los profesionales de la salud, sabe de este tema, tiene muchos prejuicios. ¿Qué quedaba, entonces, para una persona común y corriente de los años 70 y 80, décadas de mi infancia y adolescencia? A lo más, se sabía que había gays, pero éstos tampoco salían del closet: vivían en guetos, se juntaban en bares casi secretos. Y también se sabía que había “travestis”, lo que se entendía como “maricones extremos” que se dedicaban a la prostitución. Mi casi único camino como trans era dedicarme a la prostitución, y no quise esto para mí, pese a que lo pensé.
- O sea, ¿llegaste a pensar que la prostitución podría validar tu identidad femenina?
- ¿Te asustaría saber que en algún momento hubiera pensado en prostituirme?
- No. En absoluto. Lo que sí me asusta es que hemos subvertido el orden de las cosas.
- ¿En qué sentido?
- Bueno, no sé si lo notaste pero ahora eres tú la que pregunta y yo el que responde. ¿No debería ser al revés, al menos en esta ocasión?
- Es cierto. ¿Dónde nos quedamos?
- Hablábamos de la prostitución, de cómo, en algún momento de tu vida pensaste ejercerla, buscando validar tu identidad femenina.
- Claro, por la necesidad de estar con gente como yo, que se sentía y vivía como mujer no habiendo nacido con sexo femenino, es que me acerqué, algunas veces, en mi adolescencia, a lugares en que mujeres trans ejercían el comercio sexual. Les preguntaba sobre su vida, me hice amiga de algunas. Y, varias veces, pensé seguir ese camino, porque me daba cuenta que, al menos, ellas, podían vivir su identidad de género. Quizás se podía juntar plata un tiempo y luego retirarse, poner un negocio, y ser feliz el resto de la vida. Esta idea la pensé hartas veces.
- ¿Y llegaste a hacerlo alguna vez?
- ¿Hacer qué?
- Prostituirte.
- No. Nunca. Fue una etapa de búsqueda personal en la que pensé en eso y en un millón de cosas más. Necesitaba sentirme parte de algo. Necesitaba integrarme a algún grupo de personas en donde fuera aceptada tal y como era, desde mi identidad, sin los cuestionamientos de siempre, sin burlas ni caricaturizaciones mal intencionadas.
- Hace unos minutos me decías, y cito textual: “Sentía una fuerte presión por no tener una pareja mujer. Hace años que no se me conocía mujer”. ¿Cómo viviste tu sexualidad antes de exteriorizar tu identidad trans? ¿Tuviste pololas, novias, mujeres en ese período?
- En una primera etapa, traté de ser “normal”, de pololear con mujeres. Pero siempre, pese a que admiro la belleza femenina, y a que como mujer trans soy “poli-amorosa”, mis relaciones terminaban en un fracaso, porque obviamente no podía ser un hombre en lo sexual, no me sentía así. A veces, me enamoré de alguna de ellas, pero siempre fue un amor afectivo, en la cama no funcionaba mucho que digamos.
- ¿Y probaste con hombres?
- A los veintitantos, como a los 27, creo, cuando ya tuve claro que no funcionaba con mujeres en el plano sexual, comencé, no sin culpa, a intentar con hombres. Pero aquí tampoco funcionaba, porque me sentía mujer y era muy “afeminado”, como hombre, al estar con otros hombres; y, normalmente, los gays, que son hombres que quieren estar con otros hombres, buscan a hombres masculinos, no afeminados, no lo que llaman “locas”.
- En algún momento, creí que tu vida afectiva había sido más cómoda. Ahora tengo la impresión de haber estado equivocado.
- Claro, porque el tema de fondo, creo, es que para realizarse en cuanto a las relaciones afectivas, para expresar la orientación sexual, antes, hay que vivir la verdadera identidad de género que se posee. O sea, independiente de que ser heterosexual u homosexual, primero, hay que tener consolidada la vivencia de género que realmente se posee, sea masculina o femenina.
- Todos estos conceptos que para ti resultan cotidianos, podrían ser el quebradero de cabeza de muchos de nuestros lectores. Por cierto, incluyo en la lista a gays, lesbianas, bisexuales y hasta transexuales. Te invito a que enfatices en el tema con un poco más de detenimiento.
- La identidad de género, que es una de las categorías de la diversidad sexual, es, podríamos decir, anterior y mucho más primaria que la orientación sexual. Primero se es hombre o mujer, aunque sé que estos conceptos son categorías cuestionadas por el postfeminismo y la teoría queer, pero primero se tiene una identidad de género. Y sólo después, una vez asentado este aspecto, se puede pensar, vivir adecuadamente, con seguridad y sin traumas, la sexualidad erótica. No soy experta en sexualidad, esto lo digo desde mi experiencia y desde el sentido común.
- ¿Enfrentaste a tu familia desde esa experiencia y sentido común que mencionas o les explicaste de un modo más didáctico, con bibliografía, resultados de estudios, etc.?
-Cuando decidí mi tema, en el verano del 2008, empecé a pensar cómo hacerlo. Yo desde el 2004 vivía en Santiago, mi familia en Concepción. A mediados de ese año, hablé con una prima bastante liberal en lo valórico, y además psiquiatra, con lo cual pensé que debía saber del tema, aunque desde una mirada algo patologizante. La verdad, no sabía casi nada, pero igual me ayudó.
- ¿Y cómo te ayudó, teniendo una mirada “algo patologizante” sobre el tema?
- Ella, además de ser sobrina de mis padres, es su ahijada, y es muy respetada por ellos. Entonces, le pedí que hiciera de puente con mi familia nuclear. Primero habló con mi hermana, después mi hermana hizo lo propio con mi hermano. Luego yo viajé a Concepción y me junté con mis dos hermanos, y ahí acordamos que yo redactaría una carta dirigida a mis padres, carta que ellos le entregarían un fin de semana, para que estuvieran más tranquilos. Y esto hicimos, creo, a mediados de octubre del 2008.
- Hasta ahí el plan me parece perfecto, pero falta la mitad de la historia: ¿qué te respondieron tus padres?
- Mi papá, ese mismo día en que recibió y leyó mi carta, me escribió un correo electrónico, diciéndome que siempre iba a ser mi padre y que, pese a que esto no le resultaba fácil, me iba a apoyar. Mi mamá se lo lloró todo por varias semanas, pero no tanto por lo que iba a ser, una mujer, sino porque pensaba que iba a perder un hijo, a su “niño” de toda la vida. Pero después, poco a poco, ambos se fueron dando cuenta que el paso “de hombre a mujer” es más externo que nada; que, en el fondo, se sigue siendo la misma persona. Que, por ejemplo, se mantienen los mismos gustos, los mismos intereses, el mismo carácter. Aunque esto no es tan simple: cambiar lo externo, supone cambiar harto socialmente, en la apariencia. Y, por tanto, en la forma de entrar al mundo y a las personas.
- Llega el momento de hacer preguntas más privadas y por tanto, presumiblemente incómodas. ¿Cómo afrontaste tu transición, desde el punto de vista biológico? ¿Empezaste a tomar hormonas? ¿Te inyectaste algo para aumentar volumen, aquí o allá?
- No. No me he implantado nada, si a eso te refieres y recomiendo que tales procedimientos los hagan sólo verdaderos especialistas. En mi caso, a fines del 2008 fui al endocrinólogo; ya tenía el certificado siquiátrico que los endocrinólogos siempre te piden para hacerte el tratamiento. Y, bueno, empecé con hormonas a fines de ese año, aunque en el 2009 el avance fue mínimo. Por eso, me cambié de doctor a principios del 2010, y ahí, creo, empecé a experimentar, poco a poco, pero de manera permanente, los cambios en mi cuerpo.
-¿Cómo cuáles?
- ¿Debo responder eso también? ¿Con lujo de detalles? (Ríe).
- Como te dije, llegamos al apartado de las preguntas incómodas…
- Era broma, no te preocupes. Mira. Lo primero y más notorio es que te empiezan a crecer los pechos. Nunca tan grandes como una mujer desarrollada, pero sí, al menos, como una niña de 14 o 15, o como una mujer más bien “plana”, como se dice. Y la piel se te empieza a poner mucho más suave y más delgada. Los vellos se afinan, crecen más débilmente.
- ¿En cuánto tiempo comienzas a notar los cambios físicos después del tratamiento hormonal? ¿Semanas, meses…?
Todo esto es muy lento y gradual. Pero si miras hacia atrás, si ves tus fotos anteriores, ves un cambio notorio. Lo más bonito e impresionante, siempre he pensado, del cambio corporal que experimentan las personas trans es la apariencia y fisonomía del rostro. Para las mujeres trans —es decir, para las personas que pasan de “hombre a mujer”— el rostro se pone más ovalado, aparecen pómulos, y poco a poco, también con ayuda de láser, va desapareciendo la barba. Todo es muy lento, reitero, pero al mirar hacia atrás se ve que los cambios son notorios. Y cambia la sonrisa; como dice mi endocrinólogo, aparece un “brillo en la mirada”. En el fondo, este brillo expresa la felicidad tremenda que se va alcanzando, producto de una mayor armonía interna entre cuerpo y mente, y de uno como persona frente al resto de la sociedad. ¿Terminamos ya el apartado de las preguntas incómodas?- (ríe, nuevamente).
- No. De hecho, creo que falta la pregunta más incómoda de todas: ¿Sientes que eres feliz, hoy por hoy, tal como eres, tal como te ves ante el espejo?
- ¡Totalmente! Yo no me creo esa frase que dice que “la felicidad se compone de momentos”. No, la felicidad es una satisfacción plena con lo que se es y con el proyecto de vida que, día a día, se construye. Se puede estar pasando una pena, un dolor, tener uno o más problemas, pero si está siendo fiel a la propia identidad —y si, de esta manera, se está construyendo un proyecto de vida realizador—, se es feliz. ¡Yo lo soy! Y quiero que más gente lo sea en el futuro. Por eso me metí al activismo. Sentí que debía devolverles la mano a otras personas como yo.
- Pero sobre activismo y tu vínculo con Fundación Iguales hablaremos en la segunda parte de nuestra entrevista
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